La historia de los apellidos en el Perú es una ventana fascinante al cambio cultural que se dio desde tiempos prehispánicos hasta la colonización. A lo largo de los siglos, los nombres propios y las formas de identificación han evolucionado profundamente, reflejando las influencias de distintas épocas.
Nombres en la época prehispánica andina
Antes de la llegada de los europeos, en las culturas andinas –como el Imperio incaico– no existían los apellidos heredados como los conocemos hoy. Las personas se identificaban principalmente con un nombre propio, que muchas veces tenía un significado en quechua o aimara. Si era necesario, se añadía información como el nombre del ayllu (linaje familiar) o el lugar de origen. Por ejemplo, los emperadores incas usaban solo un nombre o título honorífico, como Pachacútec o Atahualpa, sin ningún apellido familiar.
La gente común también solía tener un solo nombre. En algunos casos, se les sumaba el nombre del padre o de la región para diferenciarlos, pero no existía un apellido heredado que pasara de generación en generación. Esto era algo común en muchas culturas tradicionales. Incluso hoy, pueblos como los del Tíbet o Java no usan apellidos. En resumen, en el antiguo Perú, cada persona era identificada por su nombre propio, y si hacía falta, por su comunidad o filiación familiar. Todo eso cambió con la llegada de los europeos.

La imposición de los apellidos en el Perú durante la colonización española
Con la conquista española en el siglo XVI llegó la costumbre occidental de usar nombre y apellido. Los españoles bautizaron a los indígenas, dándoles nombres cristianos como Juan, Antonio o María, y muchas veces también apellidos en español. A veces, convirtieron el nombre indígena original en apellido; otras veces, lo reemplazaron completamente. Muchas personas castellanizaron estos apellidos nativos, es decir, los adaptaron al sonido del español.
Por ejemplo, alguien con el nombre Qhapaq podía ser bautizado como Francisco Qhapaq, y con el tiempo ese apellido se deformaba a una versión más cercana al español. Algunos nombres nativos fueron adaptados a apellidos existentes en español por su parecido, y otros simplemente se escribieron tal como sonaban en quechua o aimara, pero con letras del alfabeto latino.
También era común que los indígenas tomaran el apellido de sus padrinos, amos o misioneros. Así, muchas familias terminaron con apellidos como González o Málaga, que provenían de los hacendados o sacerdotes que los bautizaron. Esta etapa fue crucial en la historia de los apellidos en el Perú, ya que marcó la transición forzada de un sistema nativo a uno impuesto por los colonizadores.
Ejemplos en la familia Málaga
Estos registros de matrimonio muestran que Antonio Málaga, el patriarca de la familia Málaga, tenía dos criados que adoptaron el apellido Málaga
Caso 1: Mateo Málaga

Transcripción: «En 2 de diciembre de 1772, case y vele según ordenanza de nuestra santa madre Iglesia a Mateo Málaga, criado de Antonio Málaga, natural del pueblo de Cabana y residente del pueblo de Yarabamba, con María Ccama hija legítima de Manuel Cama y Petronila Chacón. Fueron sus padrinos Felipe Loaiza y Ventura Rodríguez. Testigos, Atanasio Málaga, Pedro Loaiza y Pascual Lazo. Ayllu de Yarabamba y para que conste lo firme ut supra. Joseph de Salas»
Caso 2: Isidro Málaga

«Año del señor de 1773. En 7 de febrero de 1773, case y vele según ordenanza de nuestra santa madre iglesia a Isidro Málaga, natural del pueblo de Mañaso, criado de don Antonio Málaga, con María Ocola hija de padres no conocidos, natural del pueblo de Quequeña, fueron sus padrinos don Carlos Málaga y doña Lucia Rodríguez. Testigos Pascual Lazo, Sebastián Torres y Pascual Ocola. Ayllu de Quequeña y para que conste lo firme ut supra. Joseph de Salas»
Durante los primeros años de la colonia, hubo un esfuerzo por registrar oficialmente a los indígenas. Ya para finales del siglo XVI y XVII, la mayoría de ellos tenía un apellido, ya fuera español o una adaptación de un nombre local.
Casos emblemáticos de nombres indígenas convertidos en apellidos
Un buen ejemplo es Felipe Guamán Poma de Ayala, un noble indígena que se convirtió al cristianismo. Su nombre une “Felipe”, un nombre cristiano, con “Guamán Poma de Ayala”, donde “Guamán” significa halcón y “Poma” significa puma en quechua, y “de Ayala” fue un añadido español que denotaba nobleza.
Otro caso es el del líder rebelde Túpac Amaru II, cuya familia usaba el apellido Condorcanqui, que viene de “kuntur kanki” en quechua, y significa “eres un cóndor”. Estos casos muestran cómo muchos nombres indígenas se convirtieron en apellidos familiares. En otros casos, impusieron o se adoptó por conveniencia un apellido totalmente español, reemplazando así la identidad original y rompiendo la tradición nativa.
Evolución de los apellidos durante el Virreinato y la temprana República
Durante la época del Virreinato (siglos XVI al XVIII), el uso de apellidos se volvió cada vez más importante. Como la sociedad colonial era muy jerarquizada, tener apellido se convirtió en algo esencial para definir la identidad legal de cada persona. Los criollos (hijos de españoles nacidos en América) conservaron los apellidos de sus padres españoles, mientras que los mestizos e indígenas usaban apellidos castellanizados o directamente españoles.
Este proceso histórico nos recuerda que la historia de los apellidos en el Perú no solo refleja el mestizaje cultural, sino también las profundas huellas que dejaron el poder, la religión y la resistencia de los pueblos originarios frente a los cambios impuestos.
Para el siglo XVIII, la gente ya registraba comúnmente a todos –nobles, mestizos, indígenas y afrodescendientes– con nombre y apellidos en los documentos oficiales o religiosos.
Los Apellidos en el Perú en la Época Republicana temprana
Tras la independencia en 1821 y en los primeros años de la República, los apellidos en el Perú se mantuvieron con las costumbres españolas en cuanto a nombres. No solo no se eliminó el uso de apellidos, sino que se reforzó como parte de la identidad ciudadana. Se adoptó plenamente la costumbre del “doble apellido”, es decir, usar primero el apellido del padre y luego el de la madre.
Durante el siglo XIX, esta costumbre se generalizó, primero de manera social y luego con respaldo legal. Por ejemplo, el famoso escritor Ricardo Palma llevaba el apellido paterno Palma y el materno Carrillo. Otro caso es el del militar Andrés Avelino Cáceres, quien usaba Cáceres (de su padre) y Dorregaray (de su madre). Así, afianzaron este sistema, que también adoptaron en registros civiles y religiosos.
Desde entonces, en el Perú todos llevan dos apellidos: el primero del padre y el segundo de la madre. Este modelo, heredado de España, se convirtió en una práctica arraigada que continúa hasta hoy, garantizando que los apellidos se transmitan de generación en generación.
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